“El cine plagia el mundo de quién sabe encontrar en el cine, el modelo mismo de su imaginario”.
García Márquez.
Estoy segura de que alguno de los que nos dedicamos al bonito oficio del guionismo podremos identificarnos con el sentido del comentario del amigo Gabo. Para muchos de nosotros, el cine ha sido, es, un referente de la realidad, ha formado parte de nuestra educación sentimental, nos ha consolado en las tristezas, acompañado en la soledad, ha despertado emociones y nos ha permitido vivir situaciones que jamás se hubieran dado en nuestra vida cotidiana. ¿Cuántas veces en algún momento nos hemos sentido como en una película?

Junto al cine otros afortunados, entre los que me cuento, podemos poner la literatura. El cine me llevó a la literatura y la literatura al cine -no recuerdo qué fue primero, aunque seguramente fue el cine, ya que veía películas antes de aprender a leer-. Gracias a los libros descubrí directores y películas que no hubiera disfrutado hasta mucho más tarde.
Un ejemplo es "El beso de la mujer araña", del argentino Manuel Puig, que luego fue película y obra de teatro. Leí la novela porque en una reunión de mis primos mayores, uno de sus amigos -un periodista del yo andaba medio enamoriscada- habló de ella con entusiasmo y me pareció que si se la pedía prestada no sólo me haría la interesante sino que tendría ocasión de quedar con él para devolvérsela, un truco de adolescente que no me sirvió ni para una cosa, ni para la otra, pero que me brindó la ocasión de leer una buena novela y descubrir el cine de Jacques Tourneur.
Los protagonistas son Molina y Valentín, dos presos que comparten celda en la cárcel de un país latinoamericano, uno está allí por homosexual, otro por su activismo político. Para huir de la dureza de la cárcel y combatir el tedio, Molina le cuenta a su compañero películas antiguas que veía de pequeño en el cine de su barrio.
La novela comienza con la narración de "La mujer pantera". La historia de una mujer presa de una maldición que se transforma en pantera, unas transformaciones que nunca se muestran, sino que se insinúan en rugidos y sombras con una fotografía cercana al expresionismo. Una película hecha en el 42 que ya juega con la posibilidad de que todo sea producto de la imaginación de una mujer enferma y supersticiosa; todo un hallazgo de modernidad cuyos responsables son el propio director Jacques Tourneur y el productor Val Lewton que se tuvieron que enfrentar a la realización de una película de terror sin dinero para efectos especiales, disfraces, maquillajes y otros medios de los filmes de la época.
"Yo anduve con un zombie", también de Tourneur, es otra de las películas que cuenta Molina en la novela. Ésta quizas no haya aguantado tan bien el paso del tiempo, aunque sigue las mismas pautas de la anterior utilizando la oscuridad y la luz como principal recurso narrativo y estético. El argumento recuerda bastante a Jane Eyre -una enfermera va a cuidar de la esposa del protagonista poseida por una extraña enfermedad- pero con las Antillas como escenario con el misterio del vudú y su poder sobre "los no muertos", y todo ello envuelto en una atmósfera onírica y con gran carga poética.
Una de las secuencias que más me gustan por su significado está en el final de "La rosa púrpura del Caíro" cuando Cecilia, el personaje que interpreta Mía Farrow, se encuentra con la realidad, abandonada, sin casa, sin trabajo, sin ilusiones y vuelve al cine. En la pantalla Fred Astaire y Gingers Rogers bailan, el lujo de la escena, la belleza del baile, la música... van transformando a Cecilia hasta hacerle olvidar su triste vida.
También en la novela de Puig, Molina cuando cuenta a Valentín las películas olvida por un momento la amarga realidad.
Esa es la magia del cine y también de la literatura.